miércoles, 25 de marzo de 2009

La orden de los Jerónimos y los monarcas de Castilla.

La Orden Jerónima estuvo muy unida a los nobles y reyes de Castilla.

A mediados del siglo XIII surgen espontáneamente varios grupos de eremitas que deseaban imitar la vida de San Jerónimo. Entre ellos destacan Pedro Fernández Pecha y Fernando Yáñez de Figueroa; deciden organizarse, y el 18 de octubre de 1373 el Papa Gregorio XI les concede la bula por la que otorga a estos ermitaños la regla de San Agustín y siguen la espiritualidad de San Jerónimo. En 1415 son veinticinco monasterios que se unen formando la Orden de San Jerónimo.
La nueva orden tuvo un gran desarrollo en España, fijando su sede central en el monasterio de San Bartolomé de Lupiana en la provincia de Guadalajara. Sus monjes eran famosos por su austeridad y espíritu de penitencia. Los Reyes de España favorecieron la Orden Jerónima gracias a esta fama y dotaron ampliamente muchas fundaciones, entre las que destaca el monasterio de Guadalupe en Cáceres, el Real monasterio de Nuestra Señora de Fresdelval cerca de Burgos, el monasterio de Yuste, escogido por Carlos I de España para su retiro, y sobre todo el Monasterio de El Escorial mandado construir por Felipe II como panteón real.
Junto a los jerónimos, surgen las jerónimas. Un grupo de mujeres, entre las que destacan doña María García y doña Mayor Gómez, empiezan ejercitándose en obras de humildad y caridad hasta que deciden consagrar sus vida a Dios en oración y penitencia. Fue fray Pedro Fernández Pecha que en 1374 fundaba el Monasterio de Santa María de La Sisla en las proximidades de Toledo. Él las atiende, las orienta y les va perfilando su modo de vida en todo semejante a la recién fundada Orden de San Jerónimo. Las jerónimas tienen la misma regla que los varones, a ejemplo de Santa Paula y Santa Eustaquia, que siguieron a San Jerónimo.
Los jerónimos se extendieron a Portugal. Igual que en España, recibieron el favor de los reyes por su austeridad y espíritu de penitencia. El rey Manuel I de Portugal les confió el Monasterio de Nª Sª de Belén en Lisboa, conocido como Monasterio de los Jerónimos, una de las cumbres del estilo manuelino. Fue levantado como panteón real. En 1833 la Orden fue disuelta por la autoridad civil, lo que supuso su extinción en este país.
En el siglo XIX esta Orden atravesó las mismas dificultades que las demás órdenes religiosas en España. Hubieron de sufrir tres exclaustraciones , entre 1808 y 1813, entre 1820 y 1823 y por fin la de 1836. Esta exclaustración, consecuencia de la desamortización de 1836, afectó gravemente a la Orden de San Jerónimo, pues supuso la expropiación de todos sus monasterios y la exclaustración de todos los frailes. Eran 48 monasterios y unos mil monjes. Al no tener casas fuera de España, la desamortización supuso el fin de la orden. Sin embargo, las jerónimas continúan su existencia. Ellas persiguen la restauración de la Orden masculina. En 1925 obtienen de la Santa Sede el rescripto para la restauración de la Orden de San Jerónimo, atendiendo a un principio canónico que autoriza a revivir una persona jurídica antes de los cien años de su extinción. La Orden recién restaurada pasa por múltiples dificultades -la política laicista de la República desde 1931, la guerra civil de 1936-39 y dificultades internas- que obstaculizan la marcha hasta que en 1969 consigue constituir el Gobierno General. Actualmente sobrevive con muy pocos miembros. Solo posee dos monasterios, el de El Parral en Segovia y el de Yuste. Las jerónimas cuentan con 17 monasterios.

La Orden de San Jerónimo es una orden contemplativa y se inspira en la vida de San Jerónimo como modelo para imitar a Jesucristo en su camino a la perfección. La vida del monje jerónimo se desarrolla dedicando la mañana al trabajo. Durante la tarde se dedica con asiduidad a ejercicios de vida contemplativa e intelectual: oración lectura, estudio, etc. Y en el curso del día, santificando todas las horas, los monjes jerónimos celebran de modo cantado la Liturgia de las Horas y asisten a la Misa Conventual. Además, la Orden de San Jerónimo «tiene determinado desde sus principios ser pequeña, humilde, escondida y recogida, llevar a sus hijos por una senda estrecha, tratando dentro de sus paredes de la salud de sus almas, ocupándose continuamente en las alabanzas divinas, recompensa de las ofensas que por otra parte se hacen: orando, cantando y llorando, servir a la Iglesia y aplacar la ira de Dios contra los pecados del mundo». Esto ha llevado a los jerónimos a renunciar al honor de los altares, aunque seguramente podrían componer una nutrida galería de santos, pues son varios los que han muerto con fama de santidad.

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